Carnavales
Los niños varones se disfrazaban en la tarde del Jueves de Lardero. Estos «zipoteros» ocultaban el rostro con un trapo y pedían por las casas. Contaban con una cesta para los huevos, un «gerren» o asador para la magra o jamón y un plato destinado a recoger el dinero. Este plato lo cubrían con un policromo pañuelo de cabeza, y cuando lo veían lleno de monedas, éstas las ocultaban debajo del lienzo, menos una que la dejaban como reclamo.
Con el beneficio de la cuestación merendaban. De postre tenían rosquillas de elaboración casera. De esta manera transcurría el Jueves de Lardero de los mocetes. «En Vidángoz, en el Jueves “txulardero” antes del Carnaval, les daban los padrinos a los ahijados una rosca».
Al anochecer del Sábado, víspera del Domingo de Quincuagésima, los mozos se reunían en la taberna y dos o tres de ellos se responsabilizaban de la compra de máscaras en Roncal.
A última hora de la tarde del Domingo, los mozos acudían a la posada y bebían «vino quemado», preparado de la manera siguiente: exponían al fuego una olla llena de vino. Extraían de ella un cucharón con esta bebida, a la que añadían un terrón de azúcar y le pegaban fuego. El contenido de la cuchara lo vaciaban seguidamente al recipiente y prendía todo el vino, que lo removían con el cucharón de boj. A este «vino quemado» le añadían canela en palo, higos secos, melocotones, manzanas, ciruelas, cascabillos escaldados y azúcar, todo esto a gusto de la persona encargada de preparar la bebida. Entonados, los mozos anunciaban los carnavales. En desorden y dentro del mayor alboroto recorrían el pueblo. Varios iban disfrazados y tañían cencerros, al tiempo que emitían continuos gritos de alegría o «irrintzis». Algunos «zipoteros» de este pueblo roncalés castigaban con un mimbre a los mocetes, a quienes les faltaba tiempo para refugiarse en sus casas. Los mozos remataban la andadura callejera en el punto de partida: la taberna.
El Carnaval del Lunes se reducía a la merienda-cena de los mozos en la posada. El Martes de Carnaval solía ser festivo. Por la mañana, los «zipoteros» animaban las calles, al tañido de esquilones y cencerros. Al mediodía se sentaban a la mesa y les servían guisado de carne de oveja y nueces o queso, y, como es natural, vino. Por la tarde, los «zipoteros» rondaban las calles al son de acordeón, guitarra y pandereta, y llevaban a cabo la cuestación, salían a recoger «la llega». La comitiva festiva iba encabezada por los intérpretes musicales y a continuación se exhibían cuatro mozos con atuendo roncalés. Dos de ellos vestían de mujer y se emparejaban con su respectivo mozo. Detrás figuraban los componentes de la cuadrilla de jóvenes, con un cesto para los huevos, una bandeja cubierta con un pañuelo estampado para el dinero y el «gerren» para acarrear la longaniza, la magra y el tocino. Las dos parejas ataviadas de roncaleses bailaban una jota delante de cada casa, mientras varios «zipoteros» recogían «la llega» y otros corrían tras los chicos y las mozas, que en Vidángoz no se disfrazaban. Con lo recogido en la petición, los jóvenes invitaban a su mesa a los hombres casados. Después de la cena, de nuevo la hora del «vino quemado». Si el beneficio de «la llega» daba para ello cenaban el domingo siguiente.
Fiestas patronales
El patrón de Bidangoz es San Pedro Apóstol, cuyas fiestas tradicionalmente se han celebrado del 29 de junio en adelante. En 1970, como resultado de la sangría que provocó en la población la emigración a Pamplona, el ayuntamiento decidió cambiar las fechas de las fiestas a finales de agosto, en torno al día de San Agustín (28 de agosto), días en los que tradicionalmente celebraban fiestas de menor entidad los quintos. De este modo, los bidangoztarras emigrados a trabajar a Pamplona tendrían mayor facilidad para asistir a las fiestas del pueblo en agosto, mes predilecto para las vacaciones en los centros de trabajo.