Cuando la gente piensa en los que investigamos la historia de nuestros pueblos (bueno, en lo que investigamos en general) yo creo que se imaginan una labor aburrida y monótona, pero, lejos de ser así, en muchas ocasiones, además de hallazgos más o menos interesantes, uno se encuentra con elementos curiosos, incluso cómicos.
Hoy traigo a colación uno de esos casos. En la última página de un libro de cuentas del ayuntamiento de Vidángoz que termina en 1863 alguien tuvo el humor de dibujar y escribir lo que expone la primera imagen que acompaña a este artículo: Un dibujo de un monigote con un sombrero que parece que tiene dos antenas (pero realmente son como dos pequeñas borlas o peloticas). Las inscripciones no nos dicen demasiado, pero tal vez se puede sacar algo de ellas.
Por un lado, dice Libro de Buru-Macur, nombre que nos muestra que el uso del euskera era entonces habitual (Buru-Makur significa ‘Cabeza Torcida’, y sería el apodo con el que designaban, probablemente, al secretario o al depositario).
Por otro lado, dice Sombrero calañés, dibujado sobre el monigote de manera algo exagerada. Detalle curioso éste, pues tendemos a suponer que nuestros antepasados no se quitaban el sombrero de roncalés… bueno, o es que tal vez el tal Burumakur no era oriundo de nuestro valle… El sombrero calañés es originariamente andaluz, y es el que suelen emplear los bandoleros en la iconografía tradicional (por ejemplo, Curro Jiménez, en una de las imágenes que acompañan estas letras).
Bueno, el caso es que esto podría quedar en una anécdota (e incluso tal vez lo sea realmente) si no fuera por el hecho de que el penúltimo depositario que consta en el libro, Pedro Clemente, que era bidankoztar de pura cepa, pero que además era el cabeza de familia de la que hoy en día conocemos como casa Makurra, y que tal vez deba el origen de su nombre a ese apelativo de Buru-Makur…
¡Vete a saber! En cualquier caso, queda claro que nuestros antepasados también tenían humor.