Las mozas que iban a Mauleón se pegaban todo el invierno trabajando, de sol a sol podríamos decir e incluso más. En aquella época todavía no había derechos de las trabajadoras, ni vacaciones, ni nada que se le pareciera. Además, las roncalesas y las aragonesas percibían un sueldo menor al de sus congéneres zuberotarras y, además de esta discriminación por el origen, hay que añadir la brecha salarial entre hombres y mujeres, cobrando los primeros también un sueldo mayor. Así, nuestras mozas roncalesas cobraban las que menos y, además, solían realizar en las fábricas los trabajos más duros.
Los lugares donde se alojaban tampoco eran ninguna maravilla. La haute ville (la parte alta de la villa) de Mauleón era el casco antiguo de la ciudad, con casas muy viejas, era el destino de estas emigrantes estacionales. La población autóctona se había desplazado a la parte baja de la villa, más cerca del río, donde también se fueron estableciendo las fábricas. Como ya hemos mencionado, principalmente marchaban a la alpargata las mozas de familias necesitadas, y de la estancia en la capital de Zuberoa había que sacar el máximo beneficio, y esto pasaba por ganar todo lo posible (trabajar mucho) y gastar lo mínimo. Y así, podemos entender que sus alojamientos serían como lo que hoy en día denominaríamos ‘pisos patera’.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que en las décadas de esplendor de las fábricas de alpargatas el número de emigrantes llegadas desde el sur de la muga suponía un porcentaje nada desdeñable del total de la población de la villa. Gente diferente, muchas hablaban un idioma distinto (las que no hablaban en euskera; por cierto que a este respecto se señalan Uztárroz y Vidángoz como los pueblos cuyos habitantes seguían hablando en euskera en Mauleón), tenían otras costumbres, competían con las autóctonas por el uso de servicios como el lavadero, la fuente… La convivencia, en resumen, no debió de ser fácil aunque, con el tiempo, como suele ocurrir, la situación se fue asimilando.
Con todo, la juventud se dejaba notar y también había tiempo para la alegría, para juntarse a cantar (a este respecto, Juana Pasquel Salvoch [Paskel] denominaba al barrio en el que vivían la ‘Jota villa’, por la similitud fonética con Haute ville, pero también porque era frecuente oír jotas por sus calles) y a jugar con las de su lugar de origen, e incluso para relacionarse con mozos que, aunque en menor número, también marchaban a las fábricas de alpargatas.