Al amanecer del día 25 de octubre, las tropas del ejército que había en Vidángoz se dirigieron hacia el lugar donde varios informantes habían señalado que estaban refugiados los maquis. Los mandos del ejército diseñaron su propia estrategia haciendo oídos sordos de las recomendaciones de la gente del pueblo, conocedora del terreno… y erraron de pleno.
Los militares subían por el barranco de Egullorre con la intención de llegar a la Cañada y, de ahí, coger desprevenidos a los maquis en las bordas en las que habían pasado la noche… y cayeron en la trampa y fueron poco menos que acorralados. Los maquis debían de ser superiores en número aunque inferiores en armamento. Según dicen, los maquis apuntaban a los mandos preferentemente, tratando de evitar a los soldados rasos. En el combate se debió de llegar incluso al cuerpo a cuerpo.
El balance final es estremecedor: seis maquis y cinco militares (un teniente, dos cabos y dos soldados) muertos. Paradójicamente, unos y otros fueron a parar al mismo sitio, al fondo del cementerio de Vidángoz, aunque con los maquis las versiones difieren de si fueron enterrados en el limbo o a este lado del muro que separaba el cementerio civil del católico.
Pero el trato no fue el mismo con unos muertos y con los otros. A los militares se les enterró en cajas de madera, se les ofició funeral y a algunos de ellos se les trasladó tiempo más tarde a sus localidades de origen.
Los al menos seis maquis que fallecieron aquel día (que tal vez sean más si en esos seis no se contaban el del Pozo de Diego y otro que encontraron muerto en la borda de Rakax cercana al Alto de Igal) fueron enterrados envueltos en sábanas y ni siquiera se registró su muerte ni en el registro civil ni en los libros parroquiales, y ahí siguen enterrados, sin que sepamos siquiera quiénes ni de dónde eran…