Corrían los años 60 y diversos países africanos afrontaban su independencia tras el proceso de descolonización promovido por una entonces joven O.N.U.. El país que nos ocupa, la actual República Democrática del Congo (anteriormente conocido como Zaire y como Congo Belga), no es una excepción. Así, las primeras elecciones del Congo Belga independiente se celebraron en 1959 y el primer gobierno nacional se constituyó en 1960. Sin embargo, el intento de varias regiones de escindirse y la ayuda que recibieron por parte del gobierno belga hicieron que el gobierno buscara el apoyo de E.E.U.U., ayuda que pareció no recibirse de manera suficiente, lo que sumió al país en el caos. La violencia se generalizó y se sucedieron varios gobiernos hasta que Mobutu dio un golpe de estado apoyado por E.E.U.U. y accedió al poder en 1965.
En esos cinco años de inestabilidad política y social es donde transcurre la historia que relata este artículo. En aquella época y en aquel país, como en otros tantos, diversos misioneros realizaban su labor. Si a esto le añadimos que a Vidángoz se le conocía como “el pequeño Vaticano” en relación a la cantidad de religiosos que había, es fácil llegar a la conclusión de que algún misionero bidangoztar habría en el Congo Belga en los años 60.
En aquel país se encontraban en aquel momento dos misioneras bidangoztarras, hermanas y de casa Diego, para más señas: Irene (Sor María de San Marciano) y Guadalupe Pérez Goyeneche (Sor María Victorica), ambas Franciscanas Misioneras de María (las “blancas”).
Había pasado ya julio de 1964 y las tropas de la O.N.U. habían abandonado ya el país, dándolo poco menos que por pacificado, pero todavía quedaban diversos focos de rebelión. Uno de ellos era la entonces denominada ciudad de Stanleyville (actual Kisangani). A finales de noviembre parte de la ciudad, a un lado del río, se encontraba “liberada”, y la otra, al otro lado del río, en manos de los rebeldes. En la zona rebelde se encontraba Irene junto con otras misioneras navarras varias. Dado lo extremo de la situación, su superiora le había recomendado pasar a la zona “liberada” donde, al parecer, la congregación tenía otra casa, pero Irene y otros prefirieron permanecer en la casa en la que desarrollaban su labor y que pasara lo que tuviera que pasar.
Y, desgraciadamente, lo que pasó fue lo peor que se podía esperar: fueron capturados por los rebeldes y llevados a una casa que hizo las veces de prisión improvisada. En el sótano de la misma aquel 24 de noviembre de 1964 se encontraban retenidas y encerradas 32 personas, en su mayoría misioneros europeos, que en algunos casos ya llevaban dos días en aquellos 20 metros cuadrados. Y allí permanecieron, sufriendo los tormentos de sus captores, hasta que al día siguiente, 25 de noviembre, fueron casi todos ellos ejecutados en una habitación de la misma casa, fusilados contra la pared.
Uno de ellos tuvo la fortuna de poder sobrevivir haciéndose el muerto y tres religiosos congoleses que había en el grupo tampoco fueron ejecutados, y es gracias a ellos que ha quedado el relato de aquellos momentos.
Posteriormente, además del esperado funeral en su pueblo natal, en Vidángoz, se hizo otro funeral en Peralta, donde ejercía de párroco su hermano Santiago y, posteriormente, el Arzobispo de Pamplona celebró una en la catedral una misa por las misioneras navarras fallecidas. Casi 7 años más tarde, una iniciativa del ayuntamiento hizo que se colocara una placa en recuerdo de Irene en la fachada de su casa natal, casa Diego. Y, por último, en 1994, con motivo del 30 aniversario de la muerte de Sor María de San Marciano, su hermano Santiago Pérez Goyeneche (Diego) publicó el libro “Irene: roncalesa, misionera, mártir” (1995, edición del autor), con el que relató la biografía de la difunta Irene.
A continuación, diversos recortes de prensa relativos a la muerte de Irene: