En el artículo que abría el nº 25 de Bidankozarte se mencionaba el hallazgo casual de un hacha de piedra pulimentada en Arain (cerca de la borda de Xapatero), herramienta prehistórica que se databa hacia el año 2.200 a. C. y que nos indica que ya hace más de 4.000 años algún humano de aquella época andaba cerca del Vidángoz actual.
No muy lejos de donde se descubrió ese hacha, en el monte Santa Bárbara, podemos encontrar diversos monumentos megalíticos: si bajamos de la cima más cercana a Vidángoz en dirección a Roncal, a unos 500 metros nos encontraríamos con el que está catalogado como túmulo de Santa Bárbara; otros 500 metros más allá, cerca de la borda de Vergara, podemos encontrar los restos del denominado dolmen de Santa Bárbara; y no muy lejos de ahí, cerca de la cima de Kakueta o de la Punta de Largintia, hay otro megalito que toma su nombre de este último topónimo, dolmen de Largintia.
Estos tres monumentos megalíticos podrían ser contemporáneos del hacha de piedra anteriormente mencionada, aunque seguramente sean algo anteriores en el tiempo. Según los expertos, los dólmenes serían utilizados para realizar enterramientos sucesivos de miembros del grupo humano que ocupaba el entorno del mismo, y posiblemente por eso, para recordar a esos difuntos, o también para marcar territorio según otras fuentes, serían erigidos en muchas ocasiones en lugares fácilmente visibles desde largas distancias. Ambas funciones llevan implícito el hecho de habitar el entorno de manera más o menos permanente y de ocuparlo de manera exclusiva con respecto a otros clanes.
Pero aparte de esto, podríamos preguntarnos desde cuándo habían estado aquí o cuándo llegaron. Esto es imposible saberlo, pero podemos suponer que en la última glaciación nuestro entorno habría sido inhabitable y en algún momento tras el final de la Edad de Hielo, hace 12.000 años, los alrededores de Vidángoz volvieron a poblarse.
¿Entonces? Bueno, los roncaleses se tenían por descendientes de Tubal, hijo de Noé, que habría partido desde Armenia tras el diluvio universal y habría terminado su periplo en los Pirineos. Es un origen legendario, claro, pero que bien podría relacionarse (temporal y geográficamente) con las migraciones de pastores de las estepas euroasiáticas, cuyo modo de vida trashumante habrían mantenido hasta nuestros días… ¡Quién sabe!