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Usos agrícolas y flora en la toponimia

Escribiendo el boletín anterior me volvió a venir a la cabeza lo que la toponimia nos cuenta acerca de la flora de un entorno, realidad que en algunos casos se mantiene en la actualidad y que en otras ocasiones solo es un reflejo del pasado de un determinado paraje. Algunos recordaréis que hablé sobre este tema en la charla que compartí con Pablo Orduna hace más de cinco años, a una con la presentación de la Guía etnobotánica del Valle de Roncal (Lamiñarra, 2017), pero me ha parecido interesante recuperarlo para esta sección.

El caso es que cuando hablaba en el Bidankozarte nº 45 sobre el lugar donde se asentaría el otro Vidángoz o Vidangoiz, vi otra vez el paraje que se denominaba Tipulerria, que vendría a traducirse como ‘el cebollar’, un caso curioso entre estos topónimos, pues hace referencia a una planta que se cultiva.

Relacionados con la agricultura, con el tipo de tierras destinadas a ella, hay unos cuantos topónimos en Vidángoz, algunos de los cuales ya hemos tratado y otros todavía esperan su turno, pero en este grupo podríamos mencionar Baraku (probablemente relacionado con baratze, huerta de secano en Vidángoz), Kartxiria (en referencia a la zona con huertas de regadío), Landeta (que hace referencia al mismo lugar denominado con el nombre Kartxiria, pero cuyo significado viene de landa, que en nuestro entorno designa a zonas de cultivo a la orilla del río y cercanos al pueblo), Atablanda (que hace referencia a otras landas, en este caso las de la Atabea, así, Atabe + landa = Atablanda), Berreinze (de berro + einze, berro entendido como ‘tierra que se vuelve a labrar’ y einze que es la palabra roncalesa para designar un ‘prado’ o ‘pastizal’), Ezkeberroa (compuesto por Ezke o Ezker + berroa, teniendo la segunda parte el mismo significado que en Berreinze, pero no estando claro el significado de la primera, similar a la que encontramos en otros topónimos como Ezkaze en Vidángoz, Ezka en el resto del valle o Ezkaurre en Isaba, o que, a juzgar por como aparece escrito en los documentos más antiguos, Ezkerberroa, tal vez indica que era ‘el terreno del zurdo vuelto a roturar’), Zeleia (literalmente ‘el campo’, como si no hubiera otro), Ibarrandia (donde debemos entender ibar como ‘vega’ más que como ‘valle’ y andia como ‘grande’, dando un ‘la vega grande’ que haría referencia a esa parte cercana al río y cuya productividad es alta)…

Como veis, hay unos cuantos ejemplos de topónimos que reflejan el uso agrícola de determinados lugares, pero no son éstos los únicos nombres que hacen referencia a la flora propiamente y, de hecho, es común que la toponimia describa tanto la abundancia de una especie como la singularidad de algún ejemplar: Ariztoia (‘el robledal’), Barrenzaltua (‘la arboleda o el soto de abajo’), Zaltungorri (‘la arboleda pelada’), El Pinar Grande, El Abetar… Esto en lo que queda todavía en nuestra toponimia actual, pero en documentos antiguos es aún más frecuente: Arizbakotxa (‘el roble solitario’), Bagordoki (‘el llano de las hayas’), Ezpelarena (‘el bojeral’), Iraztoiburua (‘el alto del helechal’), Izeibakotxa (‘el abeto solitario’), Izeiburua (‘el alto del abeto’)…

Como veis, la toponimia dice mucho de cómo era nuestro entorno y el uso que se le daba hasta tiempos no muy lejanos… Es otra fuente de la que aprender sobre nuestro pasado.

De cuando había dos Vidángoz

Leído el título de este artículo. ahora viene cuando empezamos a echar humo por la cabeza. Bueno, no. La verdad es que, quien más quien menos, todo el mundo ha oído hablar de el otro Vidángoz, aquel que se encontraría un poco más arriba de Ziberria, en lo que se denomina el campo de Navarro y sus alrededores. La verdad es que pruebas tangibles de la existencia de aquel poblado no tenemos, pero en las siguientes líneas veréis que hay muchos más indicios que con el poblado en San Juan.

La pista fundamental sería la ermita románica de San Sebastián, que apoyaría esta teoría de la misma manera que la ermita de San Juan apoyaba la anterior, pero ya hemos dicho que esto no era demasiado concluyente.

Así que iremos a otra serie de indicios: por un lado, los ‘arqueológicos’ (esto es un decir). Ha habido varios momentos en los que al mover tierra en aquel entorno han salido una serie de paredes que, a juzgar por lo que señalaban quienes las vieron, ‘aquello no eran paredes de fincas sino de casas’. La primera referencia temporal me la daba Evaristo Lengorna, cuando señalaba que, tras alguna riada histórica que les llenó de bolos la huerta que todavía tienen (al lado del antiguo corral), estaban vaciándola de piedras en ondalan y salieron una serie de muros de lo que algún mayor de casa Lengorna denominó la etxezarra, en referencia a una antigua casa que había existido en aquel lugar.

Años más tarde, un mocé llamado Agustín Mainz [Jimeno / Santxena] estuvo trabajando en las obras de la traída de aguas en la década de 1950, y hace años recordaba que en aquella obra, al realizar las zanjas ‘donde el campo de Navarro’, en algunos tramos salían muchas paredes consecutivas que tenían toda la pinta de ser de antiguas casas.

Por último, al realizar las obras de reforma de la pista forestal de Vidángoz a Roncal a finales de la década de 1990, en el nuevo tramo que parte prácticamente desde Ziberria también se oyó que había salido alguna pared antigua.

Aparte de todo esto, tenemos la evidencia clara de la toponimia, que nos indica que el paraje que hay entre el actual pueblo y el entorno donde se encuentra la ermita de San Sebastián se denomina Bidankozarte, paraje del que esta publicación toma su nombre, y cuyo significado no es otro que ‘entre Vidángoz’, esto es, el lugar situado entre (un) Vidángoz y (el otro) Vidángoz.

Y es en este punto del boletín donde ya entramos en la historia literalmente, esto es, cuando empieza a aparecer Vidángoz como tal en la documentación. La primera mención histórica a nuestro pueblo es de hace casi 1.000 años… y no se menciona un Vidángoz, sino dos. El documento, fechado en 1.085, trata de la cesión del rey Sancho Ramírez al Monasterio de Leire de los monasterios reales (porque hasta entonces eran propiedad del rey) de Igal, Burdaspal, Roncal y Santa Engracia con sus respectivas pertenencias. Entre las propiedades del Monasterio de Igal constan un palacio en Içiçe (Iciz), una casa en Ustés, las iglesias de Bidangoç y Bidangoç, Gosa (Güesa) y Sarres (Sarriés) y dos cubilares (majadales), uno en Abodi y otro en Ori.

Podríamos pensar que esto de que Vidángoz se nombrara dos veces en aquel documento se podía deber a una errata, pero casi un siglo después en 1178, el obispo de Pamplona y el abad de Leire acuerdan sus derechos sobre diversas iglesias y lugares y se mencionan en esa ocasión Bidangoz y Bidangoiz.

Dos décadas después, en 1197 hay una sentencia arbitral sobre las mutuas reclamaciones del Obispado de Pamplona y el Monasterio de Leire en las que aparecen las iglesias de Bidangoz y Bidangoz.

Y por último, en 1198 el propio Papa confirma desde Roma los derechos del Monasterio de Leire sobre diversas iglesias y lugares, entre ellos, Vidángoz y Vidángoz.

Así que todo parece probar la existencia de dos Vidángoz… aunque el segundo no lo tengamos localizado aún.

Hija de unos «empleados del rey»

Como podréis conocer dentro de dos boletines, el año que estaba por comenzar hace 200 años no iba a ser un año cualquiera. Y es que en aquel año se reactivó la que sería primera guerra civil del siglo XIX (que habría empezado en 1821, como consecuencia del Pronunciamiento de Riego de 1820 y la respuesta armada al mismo) y Vidángoz viviría algún episodio de aquella guerra en sus propias carnes. Pero dejemos ese capítulo para el número 44 de Bidankozarte (verano de 2022) y centrémonos en este curioso episodio.

Hace años, cuando andaba transcribiendo los libros de bautizados de la parroquia de Vidángoz me encontré con un caso curioso. Generalmente, los padres de las criaturas eran labradores y por eso no se mencionaba su oficio, pero cuando se trataba de alguien cuya profesión no era la de esa mayoría apegada a la tierra, entonces sí que se mencionaba: maestros, herreros, molineros… Hasta aquí, más o menos perfecto. Pero hete aquí que el 16 de enero de 1822 nació en Vidángoz una niña cuyos padres eran nada más y nada menos que “empleados del Rey”, siendo el padre natural de Ayelo (actual Aielo de Malferit), Reyno de Balencia, y la madre natural de Etxalar. ¿Qué clase de oficio era aquel? ¿Y qué pintaban con esa profesión en Vidángoz? Bueno, en aquel momento quedó transcrito el dato y seguí con mi labor sin concretar a qué se refería, pero se me quedó un apunte en la cabeza a nodo de “nota mental”.

Algún tiempo después, e indagando en otras historias, empecé a entender el contexto de este asunto: después del Pronunciamiento del general Riego el 1 de enero de 1820, dio comienzo el denominado Trienio Liberal, del que en la escuela nos decían básicamente que en ese periodo el rey Fernando VII estuvo apartado del poder y que ese capítulo histórico terminó con la llegada de los Cien mil hijos de San Luis en 1823, que reestablecieron al monarca absolutista al mando del estado.

Lo que no nos contaron es que en ese periodo se desató una guerra civil denominada Guerra Realista, una suerte de precursora de la I Guerra Carlista que se iniciaría apenas una década después. Pues bien, en aquel contexto andaba por Vidángoz Francisco Armengol Barbería. Armengol, al parecer, se encontraba al mando de alguna partida de realistas, esto es, partidarios del monarca (de ahí el oficio de empleado del Rey), en Navarra, y se ve que por aquí andaría también su mujer, y así nació su hija María Fulgencia Armengol Sanciñana en nuestro pueblo.

En nuestro valle, como os informaré en la revista veraniega de Bidankozarte, parece que surgió un importante núcleo realista, la denominada División Real de Navarra, uno de cuyos artífices fue el párroco de Uztárroz Don Andrés Martín, quien terminada (y ganada por su bando) la contienda, escribiría en 1825 una crónica del conflicto titulada Historia de la Guerra de la División Real de Navarra contra el intruso sistema llamado constitucional y su gobierno revolucionario. Y a ese bando es al que pertenecía Armengol.

Gregorio Cruchaga, hermano de Juan José, predecesor suyo como líder guerrillero roncalés y que también murió en guerra, en su caso en la de Independencia.

Pero hay algo que hace de Armengol un personaje especial en esta guerra, y es que hizo diversos méritos por los que al finalizar el conflicto sería condecorado por el rey, y uno de los cuales está directamente relacionado con nuestro valle.

Los realistas navarros se habían alzado contra el gobierno liberal en diciembre de 1821, pero la insurrección fue sofocada rápidamente, y los partidarios del rey cruzaron la muga con Francia esperando a mejor ocasión. Oportunidad que se presentaría en la primavera siguiente, cuando volvieron a activarse en suelo navarro. Y en una de esas acciones, Armengol asesinó en Nardués-Andurra (Urraúl Bajo) al coronel Juan José Cruchaga, natural de Urzainqui y héroe de la Guerra de Independencia, que en este conflicto había tomado parte con el bando liberal.

Así, Armengol pasa de ser un combatiente más de una guerra civil poco conocida a ser el asesino de un héroe roncalés… ¡y cuya hija nació en Vidángoz!

El padrino

El nacimiento relatado a la derecha de estas líneas podía quedar en una mera anécdota, e incluso el hecho de que el padrino fuera natural del propio Vidángoz también podría haber sido casual, pero todo tenía su razón de ser.

Y es que el padrino de la criatura, de Mª Fulgencia Armengol, fue el diácono bidankoztar Pedro Mariano Salboch Larrambe [Salbotx], y podríamos considerarlo algo casual, algún clérigo que se ofrecía a ser el padrino de una criatura que había nacido fuera del entorno familiar, pero parece que no van por ahí los tiros. Más bien da la impresión de ser uno de esos casos en los que alguien con cierto estatus apadrina a la bautizada (como cuando el padrino de alguien era el médico o el maestro del pueblo, pese a no ser familia del retoño), aunque en este caso todavía no pasara de la categoría de diácono.

Este conflicto, la Guerra Realista, marcaría un punto de inflexión en la trayectoria de Mariano Salboch y de algunos otros bidankoztarras, como explicaré en el nº 44 de Bidankozarte, erigiéndose poco a poco en uno de los cabecillas locales de la facción realista en esta contienda y, una década después, en la I Guerra Carlista.

Así, y teniendo en cuenta Mariano Salboch pertenecía a una familia pudiente de Vidángoz, y que no era la única de la que tenemos noticia en ese aspecto, podríamos aventurarnos a decir que nuestro pueblo era un lugar donde los realistas se sentirían particularmente cómodos, que gozarían de cierto apoyo popular.

Una bruja en la cuadra

Si en el nº 19 de Bidankozarte narraba una de las historias sobre brujas en Vidángoz, la de la gallina de casa Pantxo, hoy contaremos otra menos conocida pero relacionada con aquella.

Esta leyenda decía que en la cuadra de casa Ornat todas las nochebuenas moría un macho, una mula o similar. Ante el perjuicio que ello causaba a la casa, un año el cabeza de familia se escondió en la cuadra en la noche señalada para ver qué ocurría y cuál fue su sorpresa que en torno a la medianoche apareció su madre, se montó encima del macho y éste empezó a agitarse hasta morir.

Entonces, el hombre salió de su escondite y recriminó a su madre por lo ocurrido, a lo que ésta contestó que, de no morir un animal, quien fallecería sería uno de los miembros de la familia.

Como suele pasar, hay un detalle en la historia que seguramente contribuyó a alimentar este cuchicheo, y es que el día de Nochebuena de 1895 falleció una nieta de esta supuesta bruja.

Dicen en casa Ornat que mi bisabuela Martina odiaba que a los de Vidángoz nos llamaran brujos, y es que los protagonistas de la historia anterior eran su padre, Alejo, y su abuela, Mª Ignacia Pérez Artica, hermana de aquella bruja de casa Pantxo, ambas naturales de Burgui, de ahí que la gente mayor del pueblo suele decir aquello de “a Vidángoz las brujas subieron de Burgui”.

Como véis, detrás de estas leyendas suele haber algún hecho real que contribuye a que parezcan verídicas.

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