Posts Tagged ‘3ª Guerra Carlista’

Labor parroquial

Tras ordenarse presbítero en 1850, Prudencio tuvo como primer destino en su sacerdocio la parroquia de Zolina, donde ejerció como encargado de la misma, y poco después pasó a Uztárroz, pueblo del que era natural su madre, donde tuvo el cargo de sacristán beneficiado.

Poco antes de cumplir 30 años, en 1853, llegó por fin a su Vidángoz natal como párroco titular, y parecería que ahí habría de permanecer para el resto de su vida.

Fue el encargado de empezar a documentar los difuntos párvulos, que hasta su llegada no se registraban, y lo hizo, dentro de sus posibilidades, con efecto retroactivo hasta 1820.

Apenas dos años después, Don Prudencio tuvo que hacer frente al que seguramente sería el momento más duro de su carrera, algo que no se podía esperar y menos aún en su propio pueblo: la epidemia de cólera que azotó Vidángoz en septiembre de 1855.

Cuatro días después de estallar el brote, un Prudencio desesperado escribía al obispado pidiendo ayuda para llevar su labor a cabo, pues casi todo el pueblo estaba invadido, ya habían fallecido 20 personas y él tenía su salud resentida por la fatiga de todo lo que le estaba tocando atender. 16 días después de la primera misiva, volvía a escribir Hualde agradeciendo al obispo que se hubiera enviado ayuda desde Urzainqui y declaraba que ya llevaban tres días sin casos de cólera y parecía que ya había pasado la epidemia, que había dejado más de 60 fallecidos en una población de apenas 400 habitantes.

Así, las aguas volvieron a su cauce y Don Prudencio siguió con su labor habitual, y en esto seguiría el párroco hasta terminar el año 1870.

Por alguna razón que todavía no sabemos concretar, Hualde dejó o tuvo que dejar el cargo de párroco de Vidángoz y estuvo ausente casi dos años, hasta el otoño de 1872, cuando regresó a su pueblo en plena II Guerra Carlista (1872-1876), y en dicha parroquia se mantuvo hasta apenas dos meses después de terminar la contienda, cuando volvió a salir de la vicaría.

Este segundo periodo de ausencia se alargaría por espacio de casi tres años, en los que Hualde ejercería en las parroquias de Tiebas, Salinas de Ibargoiti, Irurozqui e Imirizaldu.

Terminó regresando a Vidángoz en marzo de 1879, y solo nueve meses más tarde fallecería prácticamente con las botas puestas, ejerciendo hasta apenas cinco días antes de su muerte.

Pensaba yo que la salida de Don Prudencio en una fecha tan señalada estaría relacionada con el desenlace del conflicto, pero parece que, al menos en 1876, había cierto malestar en el vecindario por pensarse que cobraba por algún concepto que no le correspondía, y el propio obispo tuvo que intervenir para aclarar que Hualde estaba haciendo lo correcto.

En sus 22 años al frente de la parroquia de Vidángoz, Don Prudencio bautizó 305 niñ@s, unió en matrimonio a 76 parejas y despidió de este mundo a 285 bidankoztarras, un balance que le hace ser el párroco más productivo que ha habido en Vidángoz en los últimos 320 años.

Por último, señalar que Prudencio Hualde fue el último párroco natural del pueblo que tuvo Vidángoz, el que puso fin a una serie de doce vicarios bidankoztarras que hubo en el siglo y medio precedente a su muerte, hecho que indudablemente influiría en el declive del uso del uskara en nuestro pueblo.

Prudencio Hualde (1823-1879)

Pedro Prudencio Hualde Mayo nació en Vidángoz el 26 de abril de 1823 pero, al contrario de lo que se suele creer, no lo hizo en casa Rakax, sino en casa Malkorna. A casa Rakax realmente se casó un hermano suyo, José Ramón, pero, al ser el único familiar que permaneció en el pueblo y habiendo quedado la casa nativa primero desocupada, posteriormente alquilada, vendida, quemada y finalmente reconstruida como matadero, cuando se colocó la placa se estimó que era preferible ponerla en la casa que da la bienvenida a Vidángoz.

El séptimo de los diez hijos que tuvo el matrimonio formado por Pedro Fermín Hualde Urzainqui [Malkorna] y Mª Josefa Mayo Martín (Uztárroz) fue bautizado el día 28 de abril, y a ese acto debe su nombre: Pedro por el nombre de su padrino, Pedro Esteban Villoch (y también nombre de su padre), y Prudencio, por el santo de ese día.

Algunos de sus hermanos mayores habían fallecido ya para cuando él nació, pero ocupando el séptimo puesto en la línea sucesoria, estaba claro que a Prudencio le iba a tocar salir de la casa nativa, bien para casarse a otra casa, bien para ser religioso, bien para emigrar. Eligió (bueno, seguramente ‘le eligieron’) el segundo de los destinos.

Hualde inició su formación para sacerdote en Salvatierra de Esca, donde estudió cuatro cursos de gramática latina y humanidades. De ahí pasó al Instituto de Pamplona, donde continuó estudios de matemáticas y 1º de filosofía. Completó los dos años de filosofía y prosiguió con los de teología y moral en el Seminario de San Miguel.

Ordenado como subdiácono en 1849 y como diácono y presbítero en 1850, pasaría desde aquel momento casi tres décadas dedicado al sacerdocio. De los 29 años en los que ejerció de párroco, más de 22 lo hizo en su Vidángoz natal.

Ocupando ese puesto, entre otras muchas cosas, fue protagonista involuntario de la epidemia de cólera de 1855 y, en los años que siguieron a ésta, colaboró junto con Mariano Mendigacha con el lingüista Louis-Lucien Bonaparte en sus estudios sobre el euskera, faceta por la que es reconocido en su ámbito.

En la década de 1870 salió en un par de periodos de dos y tres años de la parroquia de Vidángoz, no sabemos si por motivos políticos (son fechas en torno a la II Guerra Carlista) o de otra índole, pero terminó volviendo en 1879, año en que encontraría la muerte, aparentemente inesperada, a causa de una ‘gastroenteritis hepática crónica’.

La edad de oro de la alpargata

Quien más quien menos ha oído historias sobre alguna mujer de Vidángoz que fue ‘a la alpargata’, bien por ser de su casa, bien por haberlo oído contar a sus mayores. Así, más o menos se tiene noción de cuándo terminó este modo de vida, en torno a la Guerra Civil, pero ¿cuándo había empezado?

Haciendo un poco de historia, en Mauleón y sus alrededores se realizaban alpargatas artesanalmente desde antiguo, pero no era ni el único centro de producción ni el principal. Sin embargo, desde 1860, en Mauleón se procedió a la industrialización del sector con la construcción de talleres y fábricas que podían producir una mayor cantidad de alpargatas. Pero si se aumentó la producción, la oferta, era porque había una demanda que cubrir, y es que en esa misma época la emigración vasca, particularmente a Argentina se disparó, y en su destino no encontraban su calzado habitual, y alguien de Mauleón, con buen criterio, vio allí una oportunidad de negocio. También se señala como causa del incremento de esta demanda la explotación minera del norte de Francia, cuyos trabajadores gastaban este calzado en gran cantidad.

Así, la industria de la ‘espartina’ (llamada así por tener la suela de esparto) crecía de tal manera que no encontraba mano de obra suficiente ni en Mauleón ni en los pueblos de su comarca, y esto atrajo a trabajadoras del sur de la muga, de los valles de Roncal, Salazar, Ansó, Hecho…

También tuvo mucha influencia en este asunto la III Guerra Carlista (1872-1876), tercera guerra civil que sufrió nuestra tierra en apenas 50 años, tras la cual muchas familias quedaron en situación de necesidad y vieron en la industria de la alpargata una oportunidad de salir adelante, de manera que las mozas de Vidángoz comenzaron a realizar ese viaje de ida en otoño y vuelta en primavera hacia las fábricas de Mauleón.

Carta de 1904 de Mariano Mendigacha a Resurrección Mª Azkue donde menciona someramente el modo de vida de las alpargateras.

Y es que no marchaban a la alpargata las jóvenes de cualquier familia, y aún se mantiene en la mente de algunos lo que ya comentaba Mariano Mendigacha en una carta a Azkue en marzo de 1904: ‘Desde hace veinte o más años, todas las chicas de la gente necesitada van a Francia a trabajar en la alpargata todo el invierno, y de allí vienen y van, porque cada día tienen un jornal de una peseta y costes, y en tiempo de siega, durante un mes o más, el coste y a cada tres pesetas [diarias]. Por esto está perdido el servicio de las mujeres [en las casas del valle]’.

Y así estuvieron durante seis décadas, hasta que otra guerra civil y la posterior II Guerra Mundial (que afectaba a Mauleón) terminaron con este tránsito pirenaico. Seis décadas que, como veréis, dieron para mucho.

Mendigacha y el bien común

El mucho dinero obtenido por el Valle de Roncal no se administraba bien, según Mendigacha.

Uno de los detalles que definen la imagen que tenemos de Mariano Mendigacha es un análisis suyo sobre el dinero que obtenía el valle de Roncal con la venta de madera y el destino de aquel capital. En su carta del 1 de marzo de 1904 deja clara su opinión y señala por un lado que la elevada deuda se debe a la construcción de la carretera y a la última guerra carlista (terminada casi treinta años antes) y por otro que, ‘aunque el valle podía ser rico, falta mano de obra, hay una mala administración y el dinero queda solo para unos pocos ricos’. Es una buena muestra de la manera de pensar de Mariano, pero no es la única que podemos encontrar.

Las actuales campanas de la iglesia de Vidángoz, procedentes de una refundición más reciente que la tratada en este artículo.

Otra ocasión en la que Mendigacha se muestra quejoso con la actitud de las autoridades y, de hecho, también planta cara por considerar que el patrimonio común puede verse afectado tiene lugar en 1891. En aquel año, por lo que se ve, una de las campanas de Vidángoz no sonaba bien y necesitaba ser reparada. No nos equivoquemos pensando que la campana era un asunto menor: entonces servía para convocar a junta al Ayuntamiento, para avisar de un incendio, para tocar a muerto (y de manera diferente si el difunto era hombre, mujer o niño…)…

No había entonces camiones ni nada parecido, por lo que, si Mahoma no va a la montaña… Así, tenía que venir un maestro campanero al pueblo y rehacer la campana in situ. Y digo bien, sí, rehacer, porque había que fundir la campana y hacer la nueva. Y para fundir una campana hacía falta un fuego muy intenso y, por tanto, mucha leña. Así, suponemos que se habría hecho algún vecinal o auzolan y se habría picado la leña necesaria y algo más, por si acaso.

Hasta aquí todo correcto: se picó la leña, vino el campanero, se fundió la campana, se hizo la nueva, habría quedado bonita (suponemos, porque las que hay actualmente proceden de una fundición posterior) y creemos también que el campanero habría cobrado lo acordado y todos contentos. Pero… tenía que haber un pero y éste tiene a Mariano de por medio.

La leña que sobró de la picada para fundir la campana fue vendida por el alcalde, Pedro Hualde [Rakax / Navarro], pero nuestro Mariano no las tenías todas consigo de que se había hecho de la forma correcta y lo demandó por usurpación. Parece que la corrupción no es nada nuevo…

El asunto fue a juicio y allí, pese a las sospechas de Mendigacha, el alcalde mostró la documentación del Ayuntamiento donde constaba que el dinero obtenido de la venta de leña había sido ingresado en las arcas municipales. Y Mariano, satisfecho con las explicaciones, se allanó.

La herrería de Vidángoz fue recuperada para el uso vecinal siendo Mariano Mendigacha alcalde en 1867, tras haber sido privatizada años antes.

Por último, citaremos otro caso donde que queda clara la forma de pensar y de obrar que tenía Mendigacha. En este caso nos remontaríamos a 1867, cuando Mariano era alcalde de Vidángoz. En la década anterior la Hacienda española había iniciado una desamortización que había afectado particularmente a los bienes comunales, en el caso de Vidángoz, se habían tenido que vender varias fincas, el molino, el horno y la herrería. Pues bien, vista la importancia que tenían para los bidankoztarras estos bienes recientemente privatizados, Mendigacha, como alcalde, encabezó la recuperación de la herrería (los otros bienes ya se habían recuperado) por medio de una oferta económica al herrero Ángel Arriola [Garaioa / Arriola] que éste aceptó.

De esta forma se recuperó lo que décadas más tarde sería uno de los bienes raíces de la denominada Sociedad el Molino y fincas anejas, que permitiría a los vecinos seguir disfrutando de servicios básicos y no se vería afectada de haber futuras desamortizaciones.

Mariano Mendigacha, Vidángoz y el uskara

Por las fechas en las que le tocó nacer y morir a Mariano, podría decirse que su vida resume a grandes rasgos las últimas décadas del uskara roncalés.
Así, nuestro Mendigacha nació en 1832, cuando Navarra todavía era un reino (con muchas limitaciones, pero un reino) y en un tiempo en el que el uskara, aunque ya proscrito en diversos ámbitos, todavía gozaba de buena salud.
Al año de nacer Mariano se desencadenó la I Guerra Carlista, una guerra que perdieron los carlistas, quienes en principio apostaban por lo tradicional, situándose en este ámbito la lengua vernácula. Como consecuencia de esta guerra, Navarra pasó de ser reino a ser provincia española, vio recortados sus fueros y empezó a sufrir en mayor medida las políticas centralizadoras del gobierno liberal, presión que iba reduciendo el uso del uskara a menos ámbitos, para pasar en pocos años a limitarse su uso al ámbito del hogar.

El uskara roncalés, en el mapa realizado por Bonaparte en 1866.

No obstante, el proceso variaría de una casa a otra pero, en cualquier caso, parece claro que el declive del uskara habría comenzado en este punto, sin obviar que hasta entonces también había tenido trabas. Así, aunque en el análisis sobre la distribución y salud de los diferentes dialectos del euskera que realizó el lingüista Louis-Lucien Bonaparte en 1866 (en la imagen que acompaña a este artículo, la parte del mapa que concierne al Valle de Roncal, separando los tres subdialectos de Vidángoz, Urzainqui y Uztárroz, y donde ya se señala que en Burgui estaba en peor situación de uso que en el resto de villas del valle) se señala que en Vidángoz más del 90% de la población era vascoparlante, parece que el retroceso ya estaría en marcha y nos encontraríamos en ese punto en que tanto mujeres como hombres jóvenes y de mediana edad serían bilingües y entre los más mayores la mayoría de las mujeres y algunos hombres serían mayormente euskaldunes aunque conocerían algunos rudimentos de castellano. Es de reseñar que Bonaparte escogió Vidángoz para el estudio del uskara por ser el pueblo que mejor se prestaba a ello (por menos influenciado por el castellano o por gentes venidas de fuera, suponemos, favorecido esto por su situación aislada), y de ahí su colaboracion con Mendigacha y con Prudencio Hualde.
En la década siguiente, donde seguramente habría tenido particular relevancia la III Guerra Carlista (1872-1876), se aceleró el proceso hasta el punto de que, por lo que pudo concluir el investigador Gorka Lekaroz en 2014 en su análisis de la desaparición del uskara en Vidángoz (en la que contó con mi colaboración), la guerra habría tenido tal efecto que incluso en hijos de una misma familia, los nacidos antes del conflicto dominarían el uskara y los nacidos después de él ya no habrían llegado a tener el mismo nivel con el idioma.
En casa Mendigatxa, supongo que hasta 1883, año en que se casó Inés, la hija que quedó en casa, se habría hablado uskara. Al entrar en la casa Juan Mainz Villanueva [Santxena], se habría iniciado una convivencia entre el castellano y el uskara en la que variaría el idioma de comunicación en funcion de quién hablaría y a quién se dirigiera, pero seguramente Mariano seguiría dirigiéndose a su mujer y a su hija en su idioma nativo.
El siguiente escalón que bajaría el uskara en casa Mendigatxa llegaría con la muerte de su esposa, Josefa Pérez Marco (Uztárroz) en 1886, con lo que parece que el castellano se habría convertido en el idioma principal relegando al uskara a situaciones más o menos puntuales.
Dos décadas después, en 1904, cuando Mariano ya había iniciado su correspondencia con Azkue, el Obispado de Pamplona analizó su diócesis y en el Valle de Roncal solo se hablaba uskara en Vidángoz, Isaba y Uztárroz y, por lo que decía Mendigacha, sólo unos pocos ancianos ya lo dominarían. En Mariano, animado por su creciente relación con Resurrección Mª de Azkue, revivió el fuego del uskara y éste incluso trató de que uno de sus nietos (seguramente Diego Mainz Mendigacha), que todavía no había aprendido a hablar, interiorizara el uskara y salvarlo así en cierta manera, pero al solo tener al abuelo para la conversación, fue en vano y el anciano Mendigacha desistió de su intento.
14 años después, en 1918, falleció Mariano, y entonces quedarían menos euskaldunes aún, pero todavía en 1935 se mencionaba a Vidángoz como muga sur del euskera, si bien en nuestro pueblo ya estaba en su último estadío antes de desaparecer (‘solo lo conocen los ancianos, pero no lo usan en público’). situación solo un poco mejor en Isaba (donde ya solo lo conocían los mayores de 50) y en Uztárroz (mayores de 30).
Por lo que podemos deducir de sus cartas, Mariano Mendigacha vivió el declive del uskara como un querer y no poder, pero fue la figura clave para que hoy conozcamos mucho de lo que sabemos de nuestro desaparecido dialecto, por lo que solo podemos expresarle nuestro agradecimiento. Así que, ¡Eskarrik anitx, Mariano!

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