La epidemia de cólera de 1855

Hace 175 años un brote de cólera asoló Vidángoz, la mayor epidemia que ha sufrido el pueblo en los últimos tres siglos. El tema lo traté en profundidad en 2013 y edité un cuadernillo que podéis leer y descargar en la sección ‘especiales’ del blog de Bidankozarte. El mismo estudio, aunque con un carácter algo más técnico, se publicó tres años después en la revista Cuadernos de etnologia y etnografía de Navarra, de donde también lo podéis descargar.

Aquella fue una epidemia brutal, ya que en apenas quince días fallecieron más de 60 de los 400 habitantes de Vidángoz (casi un 15%), y la práctica totalidad del pueblo estuvo infectada, a juzgar por lo que indicaba el párroco en una misiva de aquellos días.

Por si eso fuera poco, apenas diez días después de terminar aquel brote, tuvo lugar otra afección, seguramente intestinal, que se llevó a cinco niños en pocos días.

La epidemia de cólera de 1855 llegó desde Asia por vía marítima. El dibujo sobre estas líneas representa la llegada de la siguiente pandemia de cólera (en 1883) a Inglaterra.

Pues pese a que esto ocurrió pocas generaciones antes de nosotros, es extraño el nulo recuerdo sobre aquel episodio negro que ha quedado en la memoria colectiva de Vidángoz, tal vez por la creencia de que el mal vino por los pecados del pueblo. Y es que en aquella ocasión no sabían qué causaba la enfermedad. Creían que se transmitía por vía aérea y por ello se prohibieron las rogativas (aunque en Vidángoz terminaron paseando a San Sebastián y esto pareció surtir efecto en un primer momento) y los funerales, siendo celebrados los oficios por las almas de alguno de los difuntos hasta seis meses después de terminar la epidemia.

El cólera, como hoy ya sabemos, es causado por una bacteria, Vibrio cholerae, y el contagio se produce al consumir comida o agua contaminados con dicho microorganismo, que tiene su origen en las heces de una persona infectada. Los enfermos padecían sobre todo fuertes diarreas y vómitos, y morían en poco tiempo víctimas de una deshidratación severa. Así, les habría ayudado mucho el lavado de manos y una adecuada hidratación, pero entonces lo desconocían, y se usaban otros medios más expeditivos (y en ocasiones contraproducentes) como sangrías usando sanguijuelas y la aplicación de laxantes y sudoríficos, que agravaban la deshidratación de los enfermos.

La epidemia dejó un panorama desolador: 32 viudos y viudas, muchos de los cuales todavía tenían hijos muy pequeños y, para poder salir adelante, volvieron a casarse en los 12 meses siguientes. Cuando lo habitual era que hubiera unas tres bodas al año, en los 365 días posteriores al cólera hubo 13 bodas en Vidángoz. En todos los enlaces menos en uno al menos uno de los contrayentes era viudo/a, y en cinco de ellos ambos.

Fruto de dichos  ‘arrejuntamientos’ son muchas de las parentelas que hoy todavía conocemos entre algunas familias y de las que, a veces, nos cuesta encontrar explicación.

En algún caso extremo, como casa Mux, murieron todos los miembros de la familia, quedando la casa vacía y perdiéndose la estirpe.

Vidángoz se endeudó mucho para combatir la epidemia y tardó años en recuperarse económicamente (fue el segundo pueblo de la Merindad de Sangüesa que más gastó, solo tras Lumbier) y algo menos en hacerlo demográficamente.

Sea como fuere, al final entre todos terminaron saliendo adelante y el pueblo volvió a remontar el vuelo.

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