El pasado otoño la prensa daba la noticia de que el Fondo Documental de la Memoria Histórica de Navarra (FDMHN) había recibido una donación de documentación relativa a una persona que había sufrido represión por su filiación política, concretamente, había estado ‘prisionero en Roncal’.
Viendo que el asunto podía tener relación con los batallones de trabajadores que abrieron a pico y pala la caja de la carretera Igal-Vidángoz-Roncal, leí el artículo en cuestión y vi que se trataba de Josep Guilera Escofet, natural de Avinyonet del Penedès (Barcelona), que había sido enviado a nuestro valle a realizar trabajos forzados.
Contacté con el FDMHN y la verdad es que me dieron facilidades para acceder a la documentación indicada, aunque tardé un poco en poder consultarla. Se da la circunstancia de que, además, uno de los responsables de dicho fondo es Fernan Mendiola, quien junto a Edurne Beaumont realizó la investigación sobre el trabajo esclavo en la carretera de Igal-Vidángoz-Roncal, que dio lugar al libro ‘Esclavos del franquismo en el Pirineo’ (Txalaparta, 2006) y también al homenaje a los esclavos del franquismo que desde hace dos décadas se realiza cada mes de junio en el Alto de Igal. Es por todo esto que para él esta correspondencia recibida por el FDMHN era también especial por estar vinculada de lleno con ese proyecto primigenio suyo.
Así pues, cuando tuve ocasión, ya en junio de este año, realicé una visita al FDMHN para consultar la documentación relativa a Josep Guilera. Se trata de una serie de correspondencia casi completa que nos relata once meses realmente crudos en la vida del mencionado Josep, los que van de julio de 1939 a junio de 1940, el tiempo que duró su estancia en el Batallón de Trabajadores nº 127.
Ese periodo se repartió fundamentalmente entre Roncal (de julio a inicios de octubre) y Vidángoz (desde entonces hasta el 10 de junio, cuando se le concedió la libertad), si bien también tuvo un par de estancias más cortas en Uztárroz y Pamplona.
Una documentación, en fin, que ilumina un capítulo oscuro de nuestra historia, que nos permite conocerlo de manos de uno de sus protagonistas y de la que podemos realizar una lectura en diferentes ámbitos que iremos desarrollando en las siguientes secciones y que espero que sirva para conocer este tema desde otros puntos de vista.
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Donación de una correspondencia
Desventuras de otros tiempos
Esta historia ocurrió a finales de agosto de 1810, cuando Antonio Urzainqui Sanz [Ferniando], bidankoztar de 30 años, se ahogó en el río Ebro. Por lo que se ve, iba junto con otros dos bidankoztarras, Joaquín José Urzainqui Martín [Kostiol / Txestas], de 30 años, y Juan Basilio Larrambe Monzón [Larranbe / Landarna], de 36 años, a buscar azúcar, con a cada dos machos.
Se dirigían en dirección sur, ‘hacia Alfaro, Corella o Cervera’, y en un punto del recorrido tuvieron que cruzar el río Ebro en término de Cadreita, concretamente iban a vadearlo (atravesarlo por un sitio donde se hace pie) en el paraje de El Soto. Al parecer, al pasar el río dos de los que pasaron tuvieron problemas al dejar de hacer pie los machos en los que iban montados y empezar a ser arrastrados por el agua. Basilio Larrambe, agarrado a una de sus caballerías, consiguió alcanzar la ribera del río, a donde los animales llegaron tan exhaustos que se echaron largos en la orilla. Antonio Urzainqui no tuvo esa suerte y fue llevado por el río, no pudiendo ser rescatado por no haber nadie en las cercanías que fuera capaz de salvarle.
Sucedido esto, decidieron retroceder en su camino para dirigirse a Valtierra, donde Joaquín José Urzainqui conocía a Miguel Artuch Echandi, serguramente roncalés o descendiente, en cuya casa, además, se encontraba el alcalde de Cadreita, en cuyo término había tenido lugar el ahogamiento.
Al no haber testigos y ante las posibles dudas, el alcalde siguió el protocolo y detuvo a los dos bidankoztarras hasta hacer las diligencias pertinentes para aclarar el asunto, pues no habiendo cadáver no podían dar fe de lo ocurrido.
Entre tanto, alguien dio parte al párroco de Valtierra bajo secreto de confesión que había encontrado un cadáver, que resultó ser el de Antonio Urzainqui. El cirujano que examinó el cadáver no encontró signos de violencia y, por lo hinchado del cuerpo, señaló que no le quedaba ninguna duda de que había muerto por ahogamiento.
Joaquín José y Basilio fueron finalmente liberados sin cargos, eso sí, después del disgusto añadido de ser puestos en duda tras sufrir la angustia de ver a un compañero ser arrastrado por el agua hacia una muerte casi segura y pasar varios días en el calabozo…
Y por si esto fuera poco, Basilio, que cuando ocurrió este asunto apenas llevaba mes y medio casado, falleció repentinamente apenas un mes después del suceso, haciendo que este episodio fuera doblemente truculento.